martes, 28 de septiembre de 2010

A “MÍ” GORDO QUERIDO

Esta confesión es para ti, ya es hora que lo sepas todo. Abro mi alma y mi mente para que entiendas lo que has sido y eres para mí, en mí y por mí. Toda la vida juntos y me parece inaudito que no sepas el peso que ha representado el tú conmigo, siempre.

Estás conmigo desde que tengo recuerdo. En mis llantos con el pediatra, me abrigabas y me reconfortabas mientras mi madre observaba preocupada y tomaba nota de lo que debería de hacer. Lograbas que los demás me vieran con ternura, haciéndome sentir orgulloso de ser un niño “sano”, ese nieto que todas las abuelas presumen en las reuniones con las amigas. Ya desde entonces, formamos una simbiosis, pero yo no sabía que nunca tendrías la intención de alejarte. Pero todavía hoy por momentos me pierdo en mi locura, y dudo si soy yo el que nunca ha querido dejarte ir.

Tenerte cerca me ha justificado. Por cuidarte y cuidarme no jugaba tanto con mis amigos, me aislaba de ciertas actividades, sin importar que algunos hablaran de nosotros de un modo casi despectivo, entre dientes y miradas burlonas. Aceptémoslo, la mancuerna que formábamos daba pie a este tipo de comentarios, y puedo decir afortunado que en realidad nunca fue una ofensa directa hacia mí, era más hacia ti. Muchos en el mundo son como nosotros y todos han sufrido esto, tristemente es parte de aceptar vivir como vivimos, como uno.

Mi modo natural de ser logró afinarnos y afianzarnos. Tranquilo, creativo, observador y un poco introvertido, todo te sienta de maravilla, ya que es lo que pareces buscar como denominador común en la gente. Eras feliz a mi lado, y como no, te daba todo lo que necesitabas y hasta más. Yo creía serlo también, pero vivía en un error.

Mi familia y la sociedad trataron de cortar nuestro andar juntos, y lucharon siempre por separarnos. Tú te resistías, y yo luchaba sumamente confundido, apoyando a ambos en la batalla. Todos menos yo veía que el nosotros no debía ser más. Me perjudicabas ya en varios niveles y yo estaba cegado por tu compañía. Mi madre luchó contra ti directamente. Echó llave a las puertas de su casa, tratando de evitar que entraras a toda costa y diario me hacía sentir que no quería que fueras parte de mi vida y me dejaras en libertad. Mi abuela se unió a ella. Pero yo logré abrir esas cerraduras, hoy arrepentido lo confieso. Las dos actuaron como lo hicieron porque mi madre estuvo con alguien sumamente parecido a ti largo tiempo, y le dejó secuelas que todavía hoy le cuesta trabajo cargar. Ahora que lo pienso, creo que muchos como tú han estado cerca de mi familia, y nos han enamorado, formando uniones que pueden ser rastreadas ya varias generaciones atrás.

¡Cómo podía estar tan ciego como para querer estar contigo! Mis hermanos nos satirizaron, se burlaron de nosotros. Ahora entiendo que en parte era la inocencia y honestidad natural de un niño lo que motivaba sus bromas, pero eran claros en el fondo. Debían a toda costa de tratar de hacerme ver. Mi padre se mantuvo expectante, siempre argumentando que me quería demasiado, y no le importaba mucho lo de afuera, sino quien era yo por dentro. Eso lo agradezco, pero algunas veces omitir acciones permitía que tú te establecieras más, quisieras más. Cada vez que tú querías más, yo quería más contigo.

Con mis amigos había una mezcla de opiniones. Había quien quería respetar por sobre todo, así como los que criticaban constantemente el cómo no hacía nada para sacarte ya de mi vida. Yo mismo habría apostado porque estaríamos juntos siempre, simplemente no entendía como no estar a tu lado, y sé hoy que te mantuve conmigo debido a una enorme sensación de resignación.

Dejaste huella. El desgaste que representaste en mí hizo creer a los demás que no tenía el temple y el carácter. Tan lo tenía que siendo un niño y en contra de muchos, decidí iniciar a moverme, y saltar a caballo se transformó en mi pasión. Era maravilloso sentirme solo sin ti por breves momentos, solo conectado con mi caballo. Era un niño con el carácter para atreverse a dominar y guiar a un animal poderoso, pero no me creía capaz de dominarme a mí contra ti y soltarte de una vez por todas.

Pero antes de entrar a la pubertad ¡lo logré! Te saqué de mi vida. Fue a los 11 años cuando pude dar un paso atrás, y en pleno verano supe que tú no serías más parte de mí. Te eliminé y te dije adiós. Ya no estabas a mi lado y me sentía estupendamente bien. Liberado, liviano, más ligero, miraba claramente que todo a mí alrededor cambiaba. A muchos les costó reconocerme, me pasaban de largo por estar buscando a ese ser pesado y apesumbrado. Me sentía tan cerca de mí, enfocado en mí, y sin tu abrigo sofocante, pude moverme a otros horizontes. Entendí lo que la agilidad sin tu peso permitía, pero sinceramente sé que dejaste cicatrices, que hoy por hoy trato de todavía de borrar, y aunque cueste trabajo, sé que voy por muy bien camino.

Pasaron unos años y yo ya cantaba victoria, probablemente antes de tiempo (¡mierda!). Había logrado observar el mundo desde más arriba, con enormes ojos que seguían inspirando ternura y algunas miradas compasivas, pero que a la vez dejaban ver a un niño interesante que empezaba a dejarse conocer, que dejaba la introversión a un lado, y aparecía un encanto. Ahora me veían como uno más de los tantos que encajaba en el esquema social, y había dejado de sentirme excluido, me sentía bien. Tenía interés en la gente, en conocerla y en que me conocieran sin ti. Solo podía ser más que contigo, me dejaste respirar y tanto yo como los demás vieron todo lo que yo era. ¡Qué maravilla!

Pero pasaditos los quince años te reabrí la puerta. No fui consciente al principio, pero poco a poco empecé a retomar el contacto. Poco a poco me endulzaste de nuevo, y poco a poco caí en tu influencia. Un verano terminó y cuando era momento de regresar a clases, algo había cambiado. La pesadez y esa sensación sofocante regresaban a mis días. Te cargaba de nuevo a mis espaldas y a la vez con los brazos extendidos, te cargaba con las piernas y aún así todo yo no podía más contigo. Parecía que en el tiempo que estuvimos separados, tomaste fuerza y me asfixiaste más y más rápido que nunca. Era simple y claro, de nuevo ya no cabía en mí por tu culpa.

Es triste y divertido como sé que ya no puedo más contigo, pero pasan los años y veo todavía fotografías de nosotros. Me horrorizo primero al observar que sigues aquí, pero me puede más todavía cuando me percato como tengo mi imagen personal totalmente distorsionada, porque inevitablemente parece que conforme ha pasado el tiempo, más sombra generamos, más hemos crecido, y más daño me haces. ¿Por qué no me doy cuenta en el momento?

La sugestión mental que he formé durante años al verme al espejo me ha destruido, hacia ambos lados del cuchillo. Podía estar y verme totalmente inmenso e inmerso en ti, y no me creía nada de lo positivo, pero al mismo tiempo minimizaba tu presencia, me veía distinto y sentía que no eras en sí un problema. Creo que era peor cuando lograba estar sin ti pero no creerme capaz de nada, de ni siquiera lograr captar la atención de alguien, ya que vivía constantemente dudando de mis capacidades y potencialidades.

Siempre he vivido cuestionándome cuando me han regalado un piropo, así como cuestiono al que me lo otorga. En el fondo sé que ese piropo tiene razón de ser, y lo sé bien, pero he formado esta muletilla para que me lo digan dos veces, y así sentirme mejor conmigo, porque ¡ah, cómo me ha costado creerme lo que soy y como me veo por tu culpa!

Hace 5 años toqué fondo. Me di cuenta que mi autoestima no era medible siquiera, y que distintos factores me habían llevado a estar donde estaba. Verdaderamente me sentía como si constantemente estuvieras sentado encima de mi cara, y no podía ni respirar. Me observaba pequeño y sumamente poco atractivo contigo a mí lado. Había dejado ya todo, no me movía prácticamente nada y no hacía nada por mí. Al mismo tiempo, mis peores vicios estaban en el tope. Fumaba mucho, dormía mucho, reía poco. Me enojé muchísimo al un día verme así, sentirme tan mal, y dije ¡SE ACABÓ!

Te agarré de los pelos y te saqué de mi vida, y de paso me di dos buenas bofetadas para despertar de una buena vez. ¡Ya era hora de ver por mí! Sentía como mi alma gritaba “¡NO TE QUIERO CERCA DE MÍ! ¡No te quiero en mi vida, y sé que soy capaz de sacarte de aquí por siempre!” El tiempo me ha cambiado, ya me creo lo que soy, ya me veo y me reconozco como yo y como me ven, tan real como esta confesión.

¿Sabes la angustia que fue y es observarme y no me creerme alguien capaz de correr, de brincar, bailar, pero sobre todo de llamar completamente la atención? Mermaste muchísimo la capacidad de autoreconocimiento en mí, sobre todo en la parte física, y no quiero vivir ya con esto.

Pasaron los años, y aquí estás presente. En momentos me aplastas y siento que no puedo más, pero otras batallas las gano yo alejando tu fuerza de gravedad y vuelvo a mí. Todos los días lucho contra la ilusión de creer que eres ya una parte permanente de mí, y que no puedo quitarte de encima nunca. Pero en el fondo sé que no es cierto, y sé que debo vencer al espejismo.

Hoy soy y me siento distinto. He peleado contigo y contra ti tanto que mi fortaleza no me permite caer del todo. Tengo días mejores, días en que me observo bien, y sonrío. Otros son malos y te percibo ahí, inerte. Quiero sacarte ya, pero no te suelto, no te dejo ir. Te veo como un pesado monstruo que tengo sostenido de una mano ante la caída inminente al vacío. Si te suelto, la historia acaba, recojo mis pedazos, me recupero (sé que tomará tiempo y mucho esfuerzo), para solo ir hacia delante. Mi voz interna me dice ¡HAZLO! Pero me siento como si al momento de soltar la presión que ejerzo sobre mi mano para dejarte caer, notara una esposa que tenemos puesta, y que me jalaría al vacío contigo. Sé que una ilusión, sé que no es cierto, pero es la desconfianza que me he hecho cargar por ser yo el que te ha permitido tu reinvención tantas veces.

No me haces ningún bien. No te soporto cerca de mí, sobre de mí. Mi percepción sobre mi físico y mi mente se ha visto tan distorsionada durante tanto tiempo, que las cicatrices son visibles. No me creo capaz de lograr hacer voltear la mirada hacia mí. Me sé atractivo, pero siempre pienso que al observarme bien, verán que ahí estás, marcado en mi piel, y decidirán voltear a otro lado, a alguien que no haya vivido contigo tanto como yo. Me has destrozado mi autoestima una y otra vez, y aunque la gente me diga lo contrario, sigo pensándome así.

Era hora que supieras como me siento. Nunca tuve el valor de decírtelo. Sé que lo supiste siempre, y solo esperabas el momento que yo decidiera. Es momento de dejarte ir “mí” gordo querido, mi amado y odiado SOBREPESO. Es hora de soltarte. Con alegría te veré caer al vacío, esperando que no resurjas en mí sobre todo, pero tampoco en nadie más que haya vivido una lucha de toda la vida como la que yo he vivido contra ti y contigo a mi lado.

Sé que es una locura, pero así es como siempre me he sentido. Las batallas han sido libradas entre “mí” y “yo” solamente, y ¡somos la misma persona! El SOBREPESO y yo contra “mí” y mi SOBREPESO. Es hora de terminar esta riña sin descanso.

Y la guerra, la ganaré YO.

1 comentario: