sábado, 12 de diciembre de 2009

La luz y el dolor

Recuerdo dos ataques de dolor memorables.

Uno fue mi primera migraña. Tenía alrededor de 14 años, y estaba en Can Cun. ¿Cómo es posible que estando tan niño, sin preocupaciones, y en la playa (donde la vida es más sabrosa) ocurriera esto? Difícil de creer, ¿no? Después de un delicioso desayuno, decidí dedicar la mañana a manualidades varias (¡no sean cochinos de mente!). En el hotel tenían un lugarcillo donde pintabas cerámicas. Platones, gatos, tucanes, guacamayas, jarroncitos, de todo. Escojo un platón, soy hombre (entonces púber) de retos, y a darle que es mole de olla.

Habré empezado a las 11 de la mañana, y terminé alrededor de la hora de la comida. Fueron cuatro horas de estar pintando y fijando la mirada en un plato blanco con un sol cancuneño poderoso. ¿Saben cómo me levanté de ahí? No podía ni caminar, me iba cayendo del dolor literal. Llegué con mi madre en pleno llanto, y no entendía que había ocurrido, lo único que me quedaba claro es que no soportaba el dolor, y que quería arrancarme la cabeza. Afortunadamente, mi madre padece de migrañas (no que me dé gusto, ¿eh?) y llevaba con ella una pastilla mataelefantes marca Diablo. Me tomé dos, y a encerrarme en la recámara con todo apagado, cortinas corridas, y mi familia exiliada en la alberca para que no hubiera un solo ruidito. Mi madre se comportó a la altura, y permaneció conmigo haciendo caricias en las cejas para relajar el ceño por el dolor, y lograr que me durmiera.

No me dormí, ¡me morí! Resucité entrada la noche, y todo daba vueltas. Un grillo a la distancia lo escuchaba como si fueran cincuenta mil y estuvieran encima de mí con micrófonos en las patitas. El dolor de cabeza era descomunal, no hay otra palabra para describirlo. No podía siquiera abrir los ojos. Fue terrible. Todavía dos días después seguía como sacudido, y cualquier movimiento me provocaba un dolor de cabeza como propinado por un garrote.



El segundo estaba ya más entrado en años. El segundo semestre de mi carrera estaba por iniciar, y era el día de ingreso de horarios. Mi querida alma mater implementó ese semestre un cambio en el sistema de ingreso de horarios. Decían ellos tecnología de punta (triste, pero nunca le llegarán al Tecnológico de Monterrey en eso. ¡Ellos ya ingresaban horarios vía internet y nosotros casi a mano!) Como era de suponerse, se cayó el sistema. Miles de alumnos histéricos porque el tiempo pasaba y no podíamos hacer nada absolutamente. Radio pasillo estaba borboteando. Veías por doquier a los amigos llamando histéricos a sus amigos que estaban programados para ingresar horarios más tarde, informando de los acontecimientos. ¿Qué lograron? Qué toda la plantilla de alumnos estuviera horas antes en la universidad en pleno estado de caos. A todos nos preocupaba que se fueran cerrando los buenos grupos para conseguir el horario que queríamos, pero me pregunto ahora: ¿cómo se iban a cerrar los grupos cuando nadie podía meter sus horarios? Físicamente imposible, ¿verdad? Tonteras de la edad, nerviosismo colectivo y pánico total.

Pasaron las horas y todos seguíamos en la explanada tomando el sol mientras nos comíamos unos a otros las uñas. Y ahí, entre amigos, empiezo a ver mis mentadas lucecitas. Pensé un instante que era por el sol, pero una vez que me refugié en sombra (¡además me estaba derritiendo!) las luces siguieron.

Obviamente, comencé a preocuparme. Fui corriendo al servicio médico para sarandear a la adormilada enfermera cara de tlacoyo para que me diera alguna pastilla alta en cafeína. Claro, la sonsa esa me preguntaba y me preguntaba que cuáles eran mis síntomas, siguiendo asumo el protocolo internacional de cómo ser una enfermera inepta, a lo que le contestaba “Señorita (gran suspiro para calmar el dolor y la ira que iban ambas (dos) en ascenso), ¡créame que sé cómo es una migraña, las llevo sufriendo casi 10 años! Necesito que me dé una pastilla con mucha cafeína ya!” “Me estoy empezando a sentir muy mal y no puedo irme porque todavía no ingreso horarios!”

Ella permaneció en total calma (…yo digo que era estupidez aletargada…) y me dijo que me quedara un rato ahí recostado, y que se me pasaría pronto. Francamente, yo la quería asfixiar con el resorte de su tapabocas. “Respire joven, ¿sus amigos saben que está aquí para avisarle si le toca meter horarios?” “No, así que deme por favor algo para poder irme, ¡porque estoy seguro que ya me toca entrar!” Ahora que lo escribo, creo que ella contribuyó a que sucediera lo que a continuación relataré.

Finalmente el sistema fue reinstalado, y lentamente fuimos entrando los alumnos para hacer horarios. Para estos momentos, ya todos mis amigos sabían que me estaba sintiendo verdaderamente mal (ya no veía más lucecitas, ya era DOLOR INTENSO) y me preguntaban constantemente si necesitaba algo. Cuando me tocó entrar, mi mejor amigo (que hoy sigue siendo todavía mi mejor amigo después de 12 años) me dijo “mira Toño, mete de volada tu horario, y aquí te espero afuera para llevarte a tu casa.” (¿no se lo comen?)

Hasta la mujer que estaba en la computadora ingresando horarios cuando me vio entrar me dijo “¿Qué te pasa? ¡Te ves muy mal!” Como pude salí de ahí con mis horarios. No me importaba si estaban bien o no, yo quería irme ya de ahí. Se acerca mi amigo y me pregunta si estoy listo para irnos. Yo, Madre Teresa de los Santos Horarios, sinceramente le dije a mi amigo que se quedara, que podía manejar y que no quería que por mi culpa no llegara a tiempo para su trámite. Fue él de esos histéricos que llegó horas antes de su hora marcada porque fui yo quien le avisó que el sistema se había caído.

- NOTA DE AUTOR: En esos años, mi hermana estaba estudiando un año fuera de México, y estaba aquí por las fiestas navideñas que poco tenían de haber terminado. El día de mis horarios ya habíamos organizado una comida de despedida en un restaurant con toda mi familia. Esto no me preocupaba en lo más mínimo en la mañana, ya que tenía tiempo de sobra para llegar. Pero con el problema técnico, ya era casi la hora de vernos.

Salgo de la universidad sintiéndome muy, pero MUY mal ya. Tomo la brillante decisión de irme por el que creía ser el camino más rápido desde Santa Fe. Y Murphy, azotándose de la risa (espero desde el séptimo nivel del infierno, hasta mero abajo) me jugó chueco. Estaba esa calle atiborrada. Me encontré en el trayecto con mercados ambulantes, infinidad de microbuses, hasta con la salida de una escuela. Mi nivel de dolor y de intolerancia a la luz era tal que, junto a un alto grado de preocupación, empecé a respirar muy fuerte y a estresarme. Nunca en mi vida me había sentido así.

En el camino le llamé a mi madre para decirle que estaba muy retrasado, y que además tenía migraña. Le avisé que me iba directo a casa, y que los esperaba ahí cuando terminaran de comer. Sigo mi camino, y mi dolor no disminuía nada. Seguía respirando profundo y constante, tratando de calmarme. Faltaban escasos diez minutos para llegar cuando mis manos empiezan a engarrotarse, y un intenso dolor en los ojos y nauseas me envuelven por completo, junto con un estado total de pánico. Estaba seguro en ese momento que lo que sentía ya no era una migraña, que yo estaba equivocado, y que me estaba dando un infarto. El dolor de mis brazos aumentaba, y no podía ya respirar. Creía que me moría, no exagero.

Me fui el resto del camino pitando desesperadamente esperando la gente entendiera que era una emergencia. ¡Si claro, como somos bien cívicos en este país! Llegué como pude a mi casa, y estacionaba mi coche dentro del condominio a unos 40 metros de mi casa. Al abrir la puerta no pude siquiera caminar, y caí al piso ya llorando por dolor y por miedo. Me incorporé como pude, y eché a correr (seguramente caminaba, pero yo sentía que corría) Ni cerré la puerta del coche. Entrando a casa, tenía tanto asco, que llegué directamente al baño pensando que me iba a vomitar. Salió de mí un grito verdaderamente desgarrador “!Chaayooooooooooooooooooooooooooooo (la muchacha) háblale a mi mamá y dile que tiene que venir, yaaaaaaaaaaaa dile que me estoy muriendoooo!” En menos de 5 segundos (tomando en cuenta que mi casa tenía exactamente 51 escalones desde el cuarto de servicio hasta el estudio en planta baja) estaba Chayo abajo junto a mí llamando a mi madre, con una cara de preocupación como la que yo seguramente tenía.

¿Qué creen? Claro, lo evidente en estos momentos, no contestó el teléfono mi madre (como escena de película de terror que sabes que no debe abrir la puerta la dama en cuestión, y la abre para que le corten el cogote!). Le pido a Chayo llame a la Señora Estelita, vecina del condominio, que fue como mi segunda madre mientras crecía y que quise mucho (murió ya hace unos años). La escucho decir “Señora, soy Chayo la muchacha de la señora Matty. ¡Necesito vengan por favor, Toño se siente muy mal, dice que se está muriendo!”

En cosa de minutos estaba entrando al estudio Alejandra, hija de la señora en cuestión, y me pregunta qué pasaba, qué sentía. No podía dejar de llorar, y solo le decía “!Ale, creo que me estoy muriendo, no aguanto la cabeza, me duelen mucho los brazos y el pecho, y mira mis manos!” Mis manos en ese momento estaban totalmente engarrotadas, los dedos estaban chuecos, tiesos y se me cerraban hacia la palma, encimándose uno sobre el otro. Me pregunta si cree que pueda caminar al coche, y recargándome en ella, vamos de regreso a mi coche.

Mientras llegaba Alejandra llegó a la casa Javier, el chofer de mi padre a dejar unos papeles, y me vio llorando y tirado en el sofá con mi muchacha al lado. Lo ponen al tanto, y se ofrece a llevarnos al hospital.

Ya de camino al hospital, Alejandra iba en el asiento del copiloto tratando de comunicarse con mi madre, mientras Javier manejaba cual corredor de Fórmula 1. Sentada junto a mí estaba Estelita tratando de tranquilizarme, pidiéndome que le hablara, que tratara de respirar y de pensar en otra cosa. Escucho a Alejandra decir “Matty, soy Ale Lemus, vamos camino al Ángeles del Pedregal. Toño llegó muy mal, y no sabemos que tiene. No te asustes por favor (¿por qué dicen eso? Saben que es evidente que al decirlo te asustas…) No Matty, está consciente, sí… sí, muy bien… ¿te vemos allá? Muy bien Matty, no te asustes, estamos aquí con él. ¡Con cuidado!”.

Ya en Urgencias, me recibe un mocoso que prácticamente era de mi edad en ese momento (me acabo de sentir de 87 años quejándome de un doctor inexperto), y me meten en un privado. Recuerdo varias voces alrededor, entre ellas la de Alejandra mi vecina, que era interrogada por un médico. Me tranquilizaba saber que alguien conocido estaba ahí.

Empezaron a preguntarme los doctores muchas cosas, pero hablaban todos al mismo tiempo, y yo estaba tan aturdido, pero sobre todo tan asustado, que me costaba mucho entenderles. Finalmente se pusieron de acuerdo en quien iba a preguntarme, que supongo era el de más alto rango dentro de los escuincles de residencia que no estaban tomando el biberón. Yo seguía con los ojos cerrados porque no aguantaba la luz, y de haberlos abierto no habría visto nada con tanta lágrima.

Mientras preguntaban y yo contestaba como podía, sentía como me iban desvistiendo. Como somos los humanos, que dentro de lo que yo creía eran mis últimos minutos en este mundo, todavía tuve tiempo de preguntarme “¿qué calzones traigo puestos? Espero se me vean bien…” y me preocupaba si no me vería muy gordo. ¿Pueden creerlo? Sí, ya sé, no tengo remedio.

Sentí que una eternidad había pasado cuando a los lejos escucho llegar a mi madre. (al escribir esto acabo de sentir un nudo en la garganta llena de recuerdos) “Soy la madre de Antonio Alonso, ¿en dónde lo tienen? ¿Qué tiene? ¿Está bien?” Escucho al mocoso doctor decir sus primeras palabras “Por aquí, pase señora” (lástima que su madre se perdió tan bello momento) Siento la voz de mamá y como me agarra mi engarrotada mano, y me dice “hijo, ya estoy aquí ¿qué pasa?”

¿Qué pasa? Pues que me suelto a llorar de nuevo, pero ahora cual bebé de brazos. El sentir que estaba ahí mi madre me reconfortó y me relajó. Entre lágrimas le digo que me abrace. Ya abrazados le digo “!Mamá, no sé qué me pasa, pero creo que me voy a morir! ” Mi mamá me dice que mi presión está bien, pero que traigo el corazón muy acelerado, pero seguramente por el miedo. Siguen con el interrogatorio, y mi madre dice a los doctores que le llamé unas horas antes para decirle que tenía un ataque de migraña.

¿Cómo no dije eso recién me ingresaron? Comentan, me preguntan, comentan más, les informo de mi regreso en el coche, y de cómo venía respirando, y se hace un silencio. Un doctor se voltea hacia mí y concluye “Lo que pasó fue que tu cuadro de migraña fue tan agudo, y tu dolor era tal, que el cuerpo como respuesta automática empieza a tratar de relajarse respirando, y te hiperventilaste. En una hiperventilación severa las articulaciones se atrofian por el exceso de oxigenación. Por eso están así tus manos. Trata de respirar normalmente, baja tu ritmo. Te vamos a dar unos calmantes y medicinas para el dolor. No tuviste un infarto como decías. Vas a estar bien. Solo relájate. Vas a estar en observación unas horas y te podrás ir.”

Permanecí un par de horas más en el hospital. Me movieron a una cama solo dividida por cortinas y sin luz. Mi madre salió un momento, y regresó acompañada del resto de mi familia. Me contaron mis hermanos que cuando Alejandra llamó a mi madre, ella contestó el teléfono de lo más normal, pero inmediatamente le cambió la cara, dicen que se puso blanca, colgó y dijo “¡Me voy, pidan el coche. Toño va camino al hospital, y no sabe que tiene!” Se paró y no dijo nada más. Afortunadamente cuando entraron todos ya me habían puesto la mentada batita que nada más hace que te veas ridículo, porque no tapa nada. Yo seguía preocupado por mis calzones y mis lonjas, ¡ay no! Me dieron unos tapones para los oídos y pude dormir un poco antes de irme a casa.

Reconozco pasado el tiempo que fue un caso de migraña llevado al extremo por factores externos y estrés fuera de mi control en un inicio, pero pude haber controlado mejor las cosas. Pude haberme quedado en la universidad hasta que el dolor desapareciera, aceptado la ayuda de mi amigo para llevarme a casa, o no preocuparme por llegar a comer con mi familia. Probablemente no hubiera terminado tan afectado y sintiendo que iba a morir.

Y habría evitado la doble angustia de vivir el primer “Toño en chones” (marca registrada Eduardo Pulido, Chicago 1998) ( jajaja, ya luego contaré esa historia) y con batita de papel, consciente de estar desnudo en público, con lágrimas en los ojos y con manos engarrotadas.

Imagen para ser digno candidato para ingresar al psiquiátrico, ¿no creen?

1 comentario:

  1. NO MANCHES!!! QUE COSAS CON TU VIDA Y TU CABECITA!!! REALMENTE ME GUSTA COMO ESCRIBES, TIENES UN HUMOR NEGRO, MUY SIMPATICO!!!Y SI HE LEIDO LO QUE PONES, ME GUSTA MUCHO!! PERDON X NO COMENTAR ANTES!!! Y MUCHAS GRACIAS A TI X ABRIR UNA PUERTA QUE NO CONOCIA Y ES MAGNIFICA!!
    ERES UNA DE LAS MEJORES COSAS QUE ME PASO EN EL AÑO!!! MIL GRACIAS X ESO!!!
    SINCERAMENTE, ROGELIO!!

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