sábado, 24 de octubre de 2009

El vicio del siglo pasado

¿Se han sentido exlcuídos? ¿Los han hecho sentir cual bicho raro? ¿Los han volteado a ver feo? ¿Te miran como engendro de otra galaxia, como extraterrestre protagonista de Sector 9? (...dicen que tenemos que verla, "¡peliculón!" rumoran las instruidas lenguas cinéfilas...) y no terminas de entender qué es lo que sucede? Ojalá pudiera decir que no, que nunca les han corrido semejante descortesía, pero en algún momento de nuestras observadas vidas, seguramente así ha sido. Unos más que otros, y por muchos motivos. Espero que nunca por algo relacionado a discriminación por género, color, preferencia o religión. Gente corta de vista que no entiende todavía que todos somos iguales. Pero eso es harina de otro costal.

Ahora imaginen que esto le suceda a alguien constantemente, día con día, y que al parecer, en lugar de terminar con esta maldición, va en aumento. Sientes que cada vez más y más ojos te juzgan, te apuntan con el dedo, y hablan a tus espaldas. Llega un momento en que no puedes más. Sientes que la locura se apodera de ti. Cuando estás ya a punto de explotar, te acercas a uno de esos tantos que te critican, y con respeto y precaución preguntas qué sucede, y poniéndote cara de catador de pedos, te contestan:

"¿Cómo es posible que fumes? ¡Salte!"

Con cara de sorpresa (pero sobre todo de molestia) te das la vuelta, y mientras das una bocanada, y entre dientes y humo, gruñes "¿y a este qué más le da?" Te alejas jugando con ese cilindro blanco membretado por la marca de tu elección ente los dedos, y piensas "déjenme fumar en paz, ¡es mi derecho!"

Nota del Autor: soy fumador. Todo el que me conoce, y los que no me conocen seguro les ha llegado el rumor, que soy un chacuacazo de campeonato! Pero aquí, seré imparcial (mientras escribo estoy encendiendo uno más del día)

Tenemos todavía el derecho de comprarlo (miren que la propaganda es espectacular, aunque la quiten hasta de la Fórmula 1), de determinar parte de nuestros ingresos a esta actividad (los tacaños no fumadores dicen que estamos locos de atar), de encenderlo y meterle humo al organismo con singular alegría, pero de fumar en donde queramos, eso sí que no. Ese derecho nos lo quitaron de las manos (y de los ceniceros). No fue de golpe afortunadamente, pero la verdad sea dicha, nos dieron atole con el dedo. Ha sido un proceso lento, paulatino, y doloroso que inició desde finales de los años 70, hasta hoy.

Pero pongamos un poco de contexto histórico al tema. Saben que no me gusta que digan que hablo por hablar.

El tabaco fue conocido por el mundo occidental en tiempos del descubrimiento de América (…pobres chinos, vikingos y tahitianos, nadie les reconoce nada…). Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, uno de los primeros cronistas sobre la vida del nuevo continente, relata en 1535 sobre una hoja que utilizan los lugareños, que llaman tabaco, y que se utilizaba para ceremonias como elemento de purificación y con fines medicinales relacionadas a afecciones pulmonares (irónico, ¿no creen?) dolores de cabeza y problemas digestivos (¿ahora entienden porque muchos van al baño con el cigarrito?). Alrededor de 1560 ya conocían esta hoja en España y Portugal, siendo en este último donde Jean Nicot, embajador de Francia en la época, regala a la reina Catalina de Médicis hojas de tabaco, y al parecer le gustó el humito, porque la mencionada hoja empezó a conocerse como “La hierba de la reina” (la fama que se le habrá hecho de pacheca a la pobre Catalina).

En 1584, Sir Walter Raleigh (¿les suena el nombre? “¡Raleigh es el cigarro!”) funda la colonia americana de Virginia. Aquí adquiere singular gusto por fumar como los lugareños, el tabaco en pipa. Creo que le gustó tanto, y tenía tantísimo terreno, que fue de los primeros grandes plantíos de tabaco en las colonias americanas. Fue un hombre visionario en mi opinión, porque además de fundar una colonia, plantó tabaco, lo vendía al imperio británico, le daban su lanita, y no gastaba en comprar y sustentar su vicio ni en la mano de obra (pobres hombres de color serio). Círculo cerrado. Bien por él.

Tenía yo la idea que el tabaco fue recibido con brazos abiertos desde entonces, pero estaba en garrafal error. Entre los siglos XVII y hasta mediados del XIX, hubo todo tipo de política sutil para no fumar, desde amenazas de ser decapitado en China, como ejecuciones públicas en Turquía, de la cual si se tienen registros de muertes (¡espero los hayan dejado fumarse un último cigarrito ante el paredón!)

En 1828, científicos alemanes aíslan el alcaloide de la planta del tabaco. Se estaban partiendo la maceta en como nombrarlo, cuando seguramente un ávido conocedor de la historia de las monarquías se le prende el foco, y lo llaman nicotina. Todo en honor a ese embajador francés que regaló hojas a la “pacheca” Médicis.

Fue alrededor de estos años cuando hace su aparición el cigarrillo. Definido como “tabaco picado rodeado de papel”, causó espectacular efecto en la población inglesa y francesa, quedando maravillados con el productito, aunque se dice que el primer cigarrillo fue español, en donde lo llamaron pitillo (ya vamos atando información, ¿verdad?). Con el nacimiento del cigarrillo, ¡¡¡ahí nos perdieron a todos!!! ya que fue con este modo de comercialización, que el tabaco llegó a todo el mundo. Ya fumaban chinos, japoneses, mexicanos, bolivianos (bueno, ellos siguen dándole a la coca). Tutti mundi en resumen.

Llegamos al siglo XX. Ya con el cigarrillo vendiéndose como pan caliente y en los bolsillos de todos, el vicio se propagó cual cotilleo de Britney Spears y su rapada cabeza o de las nalgotas destrozadas de la Guzmán. Pero el boom total fue en la Primera Guerra Mundial. Cuando Estados Unidos interviene en la guerra en 1917, se sabe que el comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en Europa envió un cable a Washington que decía “El tabaco es tan indispensable para las tropas como la ración diaria. ¡Necesitamos miles de toneladas sin demora!” ¿Qué haces ante semejante información? Era indispensable para mantener la calma en el frío frente europeo, y ganar una guerra más. Imagino a Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos de 1913 a 1921, llamando a los sucesores de Sir Walter Raleigh (él mientras brincaba de felicidad desde donde estuviera) para decirles que tenían ya vendida toda la producción tabacalera hasta el año que entra, y que la fueran enviando a Europa, pero para ayer. Y si esto se supo, pues todo el país ¡a fumar se ha dicho! Ya ven como los norteamericanos idolatran a sus fuerzas armadas. Son su ejemplo a seguir. Para cuando los triunfantes y enviciados soldados regresaron, ya el consumo ha de haber sido espectacular. La producción de cigarrillos era lo de hoy (bueno, de ese entonces) Las acciones de las tabacaleras, en el cielo, al igual que Raleigh.

¿Qué habrá pasado en la Gran Depresión de 1929? No tenía la gente ni para comer, ¿habrá bajado el consumo considerablemente, o decidieron fumar en lugar de comer? Ya ven que dicen que era tan importante como la ración diaria. Ahora, ¿no sería el jefe de las fuerzas armadas pariente de algún terrateniente y productor importante de tabaco en los Estados Unidos? Valdrá la pena considerarlo.

Vayamos a la mitad del siglo XX. Las imágenes que nos vendían del hombre y la mujer con clase en la época de la post guerra (ya la Segunda, no la Primera) era siempre fumando (con boquillas claro). Suntuosas fiestas de etiqueta en donde todos tomaban champagne y bailaban felices con big bands de fondo, mientras pululaban cigarrillos y habanos. El exitoso empresario que observaba como levantaban un rascacielos desde la acera, mientras se colocaba el sombrero y aspiraba un pitillo triunfal. El vaquero guapo, fornido, con temple y carácter, pastoreando a 734 vacas salvajes con una mano en la cintura, para luego llegar a tomar una taza de café en peltre en compañía de un lobo rodeado de una noche estrellada y fría? O el soldado que mataba con una mano y con la otra sostenía la bandera americana (el cigarrillo lo sostenía en la boca). Barbacoas domingueras con mujeres portando faldas corte imperio en A, tacones, labios rojos y peinados fijos, sus hombres relajados y riendo, mientras ingerían cerveza y fumaban sin parar, mientras sus hijos jugaban en el prado. Publicidad, televisión (cuando ya había) y cine, todos nos decía lo mismo. ¡FUMEN, FUMEN MUCHO! (si el contexto histórico lo hubiera permitido, Charlton Heston en Ben Hur habría estado fumando mientras remaba o combatía en el Coliseo)

Fumen por los codos, por los oídos, por el cu… ¡ejem!, fumen mientras se bañan. Si quieres ser como Clark Gable, como Elizabeth Taylor, como Harry S. Truman o Dwight D. Eisenhower (Dwight, pobre hombre con su nombre), como el General Patton, como María Félix, Pedro Infante o Tonglolele, ¡fumen!

Era increíble que hasta en la imagen del deporte el cigarro estaba presente. Babe Ruth posó muchas veces uniformado de Yankee, bat en mano, y el habano en la boca. Él no perdía el tiempo mascando tabaco solamente, no, no. Él fumaba, mascaba su propio habano y todo mientras corría el diamante y rompía records por doquier. Todavía en la década de los 80’s, un jugador de tenis del que no recuerdo su nombre ¡¡¡fumaba en los cambios de lado!!! Ese sí es ejemplo y no boberas. ¡Qué bonito! (bueno, yo mejor cierro boca, yo antes de entrar a la cancha apago el cigarro…)

¿Quieren más? Ahí les va.

En mi opinión, fueron los 50’s en donde se consolidó durísimo la fumadera. Posteriormente llegó la época hippie y la Guerra de Vietnam. Ahí todos pero todos fumaban. Algunos dieron el paso hacia el vicio duro claro. Pero aunque le entraran al hongo, la amapola, marihuana y drogas artificiales, en sus tiempos libres fumaban. Era como para descansar un poco entre dosis fuertes.

Todavía recuerdo (y no me considero una persona mayor) ver en la televisión y en el cine a todo tipo de personajes fume que fume en sus escenas, programas grabados o en vivo, en transmisiones de eventos. Era normal ver a Paco Stanley fumar en El Club el Hogar mientras realizaba el programa, ver al presidente López Mateos entrando a dar el Informe con un cigarro “Elegantes” en la mano, y como ellos, muchos más ejemplos. Bueno, la famosa entrevista que realizó Verónica Castro ya en los noventas a María Félix “La Doña”, y la diva se fumó varios de sus pequeños puritos con boquilla quitadita de la pena. Aunque, ¿quién le iba a decir que no a algo a ese mujerón?

Una imagen que por lo menos yo nunca olvidaré es la de una escena de Wall Street (1987), película protagonizada por Michael Douglas (ganó el Oscar por esa película) y Charlie Sheen, en la que está Bud Fox (C. Sheen) sentado en el hospital viendo a su padre (Martin Sheen, en la vida real y la película) recuperándose de un infarto marca Diablo, acostado y con máscara de oxígeno. ¿Y qué está haciendo su hijo? ¡Está F-U-M-A-N-D-O! Su padre muriéndose, y él fumaba preocupado a su lado. ¿Lo pueden creer? Y no era una película de ciencia ficción o de comedia, era drama. Eso que vimos, era el mundo real. Así vivíamos. El cigarro era parte de nuestras vidas. Creo que de ahí tomó mi padre una frase que me encanta: “Es que fuma como si tuviera a su mamá en el hospital” (o en la cárcel, depende el contexto)

Se fumaba en los hospitales, en las oficinas, en los aeropuertos. El Aeropuerto de la Ciudad de México tenía en las hileras de asientos de las salas de espera el cenicero incluído. La sociedad fumaba en todos lados, vamos.

Esto ya no me tocó a mí vivirlo directamente, pero cuentan las lenguas longevas, y además tenemos prueba física, que antes se fumaba en todo el avión. Bueno, lo raro habría sido que hubiera sección de no fumar (¿para qué? Todos fumaban, esos asientos habrían ido vacíos). Todos los asientos de los aviones ya muy entrados en años, tienen su impráctico cenicero en los descansabrazos. ¿Se imaginan el antro que era un vuelo México- París? Más de 300 personas fumando, y todo encerrado, durante 12 horas. Seguramente hasta mareado te bajabas, y no por las turbulencias. Ganas no habrían faltado de querer abrir una ventanita, ya saben, para despejar el ambiente. Ahora que lo medito un poco, cuando en todo el avión se podía fumar, ¿por qué estaría prohibido fumar en los baños? Es poco ilógico, ¿no? ¿Era para evitar ambientes saturados de humo? ¡Si ya todo el avión estaba entre la niebla!

El tiempo pasó, y establecieron sección de fumar en los aviones (eso sí ya me tocó a mí, y todavía las usé… sí, empecé a fumar joven). Supongo que al principio fue mitad y mitad, luego unas filillas menos, y así hasta llegar a tener solo tres o cuatro filas en todo el avión, y por supuesto hasta atrás. Además del mareo por el humo, te bajabas con un dolor de cabeza insoportable y 100% sordo, además de la garganta destrozada por los gritos, todo gracias a las turbinas, los golpes de los carritos, el cotorreo de los sobrecargos, y el cigarrito.

Para cuando esto estaba ya instituido, buena parte de la población (muy buena parte) seguía fumando. La rebatinga que habrá sido hacer una reservación y pedir asientos de fumar. Muertos y heridos si no te daban tu lugar en sección de fumar. Habría sido algo más o menos, así…

“Señorita buenos días” “Buenos días señora”… todo esto transcurría en la oficinas de la aerolínea. En esos años no había los medios tecnológicos de hoy. Hablar por teléfono era mortal, nunca te atendían, horas en espera sin musiquita claro, y no había tantos teléfonos. Perdías más tiempo en ir y venir que en esperar en la línea… “Quiero cuatro boletos para México- Nueva York por favor, todos en sección de fumar, ya ve que los niños empiezan temprano con el vicio. Esta juventud descarrilada… fuuuu” (todo mientras la señora fumaba un Viceroy, ¿los recuerdan?) “Sí señora, la entiendo, todos fuman y fuman, deje reviso, ¿para qué fecha?” Después de un sinnúmero de botonazos a la arcaica computadora, y de ver como los ojos de la señorita iban y venían por la pantalla, mientras pensabas que seguramente estaba jugando Atari, contesta ella: “Tengo disponibilidad para el día y el lugar señora, pero no tengo asientos en sección de fumar…” (las uñas que golpeaban el mostrador, mientras sostenían la cigarrera en pedrería, cesan repentinamente) “No señorita, le pedí sección de fumar” (ya poco exacerbada) “Sí, señora, pero no tenemos asientos” “¡Señorita, busque de nuevo, tal vez no buscó bien!” (¿por qué siempre creemos que hacen las cosas mal o con el fin de fregarnos?) Mientras la señorita emprendía la búsqueda comenta la señora “Es que señorita usted no entiende, yo fumo, y fumo mucho, y no puedo soportar estar las 4 y media horas de vuelo sin fumar, me da taquicardia y me pongo mal, ¡muy mal! Mis hijos no tienen porque pagar por esto, y si les pego y grito sin razón, ¿no se sentiría un poco culpable?” “Señora, la entiendo créame, pero espere, déjeme confirmar” (por supuesto la señorita ya había pedido a personal de seguridad estar cerca de ella, por si la señora se brincaba el mostrador directo al cuello)… “Señora, mire, solo tengo un asiento disponible en fumar, pero es el asiento 32B, la última fila y en medio, los asientos no pueden reclinarse y yo le acons…” “¡DÉMELO YA! ¡No importa, que se friegue mi marido! Él fuma más que yo, pero no importa, ya veo si nos vamos turnando el asiento. Además ya por una vez que el cuide a sus hijos, bueno, que no son suyos, no está usted para saberlo, pero…” (Sabían que esto pasaría, una vez que la señora tenía la seguridad de vicio preservado, ya nada más importaba, la tensión se evaporaba, y como buenas señoras, a echar chisme y ser RE indiscretas.)

Terminaba la reservación de boletos con las mujeres siendo grandes amigas y deseándose un buen día, mientras una se iba contenta con sus boletos a cuatro copias (¡eran lo máximo esos boletos rojos escritos a mano! En cada filtro de tu viaje, te iban arrancando una copia, terminando el viaje solo con el envoltorio! Yo los recuerdo con cariño, ¿ustedes no?) NOTA: ¿por qué siempre revisábamos si las copias venían todas iguales? ¡Era papel auto copiante por Dios!

Cosa distinta si, efectivamente, no había disponibles. ¡Catástrofe! Probablemente cambias todo el itinerario de viaje por conseguir tu sección de fumar. O formarías parte de los que, ya en el avión y con la mala fortuna de no tener asiento de fumar, se paraban disimuladamente al baño, y una vez que llegaban a las filas fumadoras, encendían el cigarrito parados, y se hacían patos fingiendo que estaban esperando a que se desocupara un baño. Era de risa ver (y haberlo vivido) cuando llegaban los sobrecargos a pedirles (nos) que apagáramos el cigarro, porque no se podía fumar de pie ni en pasillos. Le ganabas fácilmente 3 o 4 bocanadas mientras decías “¿en serio señorita? (bocanada) “no lo sabía, discúlpeme” (bocanada) “ahorita lo apago” (bocanada) y te agachabas para apagarlo (última bocanada). Ya por lo menos, estabas un poco más tranquilo.

Esto es para los que nunca han fumado: no se imaginan la angustia que automáticamente sientes cuando te dicen de golpe que no podrás fumar durante un tiempo determinado. Verdaderamente crees que es más fácil subir una montaña de manos que dejar de fumar ese tiempo. ¡Es horrible! (por desesperación y por incoherencia de derrotarte ante el vicio)

A finales de los 70, principios de los 80 ¡OH, DEMONIOS! Se da a conocer a nivel mundial que el cigarrillo no es la quinta maravilla, que es malo. Que tiene substancias (sí, me gusta escribirlo como antes, al igual que obscuro) nocivas, y que además de ser una DROGA (no nos gusta pensar que el cigarro es una droga, las drogas son las otras. El cigarrito es el cigarrito, te relaja, es una costumbre, un amigo incondicional, un compañero fiel, no una adicción… ¡ajá sí ajá!) puede causar problemas serios al organismo, como enfisema pulmonar, afecciones digestivas por el alquitrán, decoloramiento dental, problemas de encías y paladar, así como cáncer pulmonar, de tráquea, esófago y lengua. ¿Y ahora, quién podrá ayudarnos? Millones de seres humanos adictos al tabaco, muchos por imitación, por gusto y por convencimiento, ya que te decían que fumar te hacía verte más grande, interesante, maduro, intelectual. Por las razones que sean, pero millones fumaban. Ahora te dicen que dejes de fumar, que es ¡MALÍSIMO!

Se dan a conocer demandas multimillonarias en los Estados Unidos (¿en dónde más podría ser? Es el país de las grandes compañías tabacaleras, y el país donde si no demandas por una irracionalidad, no eres norteamericano) Se argumentaba que como no se les había informado de la nocividad del tabaco y sus consecuencias, los culpables eran las tabacaleras del cáncer pulmonar causado por los 50 cigarros diarios que se empujo Juan de los Pitillos durante 40 años. Sí claro, como fueron ellos los que le metieron los cigarros a la boca y le pegaban en el estómago para sacarle el aire y que se viera forzado a jalar el humo maldito del cigarro… en serio no sé como procedieron esas demandas a favor de los demandantes. Y como esas jaladas de pelos, hemos todos escuchado millones de barrabasadas en el Imperio de las demandas. Me estoy desviando.

Ahora, a cerrar frentes. A cuidarnos del cigarro y de los fumadores enviados por Satanás mismo para terminar con la raza humana. Empiezan con leyendas en las cajetillas que dicen que el cigarro es malo para la salud, pero en letra chiquita. Pero el bombardeo de publicidad seguía presente por doquier. El imperio del tabaco se aferraba con uñas y dientes. No querían las tabacaleras enfrentarse con una caída estrepitosa en sus ventas en tan corto tiempo.

Aparecieron las secciones para fumadores. Restaurantes, hospitales, aeropuertos, aviones, barcos. Seguían siendo numerosos los establecimientos que permitían fumar en todo el lugar. Los antros y bares ni se diga, ahí se habían blindado ante cualquier ataque. Además, eran los “centros de perdición por excelencia”, ahí a tomar y fumar como Dios manda.

El tiempo sigue. Cada vez son menores los espacios para fumadores. Zonas cerradas en aeropuertos muy similares a interrogatorios de la AFI eran destinados para el vicio. Créanme que entrar ahí y fumar, no era nada placentero. Apestaban, no los limpiaban, los ceniceros rebozaban de colillas apiñadas una contra otra, semejando elaborados diseños que observados desde arriba podían parecer el rostro de la Princesa Diana o la Madre Teresa (algunos salieron corriendo diciendo que era un milagro) No te quedabas ahí ni 5 fumadas, lo juro.

Más y más se difundía cuanta gente en el mundo estaba afectada de alguna manera por el tabaco, cuantas personas morían al año debido a esto. Se dio a conocer un término que fue de suma importancia creo yo en la lucha contra el tabaco. El fumador pasivo. Ahora, la gente estaba al tanto que un no fumador que estaba en contacto con fumadores o en ambientes saturados de humo de cigarro podía contraer los mismos padecimientos que si fumara como si tuviera a su mamá en la cárcel (papá, ¡tenía que usarla!) Ahora, la aberración era enorme. Ya la gente que no fumaba no quería tener cerca de ellos a los fumadores y su cochino vicio asesino. Cada día, se perdía un frente a favor de los no fumadores. Los fumadores ya no sabían ni para donde irse a “fumarse a su madre”.

Un conocido amigo de la familia nos cuenta un día que le habían prohibido fumar en ¡su casa! La última trinchera se había violado. El lugar donde ya nadie podía meterse en su derecho y decisión se vio atacado. Ya no había solución. La derrota era inminente. El susodicho vive en San Diego, California. El argumento fue de parte de sus hijos, diciéndole al pobre señor que ellos no querían morir por culpa suya, y que de seguir fumando, lo demandarían. (¿ven? El imperio de las demandas sigue dando y dando rarezas)

En esas fechas, California decreta que está totalmente prohibido fumar en cualquier lugar público cerrado, sin importar su giro (el blindaje de los antros había cedido). Muchos siguen su ejemplo. Los frentes se cierran. El precio del cigarro se eleva. De boca en boca, la gente aconseja dejar de fumar, o nunca tomar el hábito (no el de las monjas).

Hoy en día, es raro el lugar cerrado en donde pueda fumarse. Por supuesto que no es todo parejo. Muchos lugares en el país (y supongo que en el mundo) lo permiten todavía. Es divertido ver como todos los edificios públicos (bueno, los que conozco) tienen a pequeños soldaditos resguardando los accesos. Y tienen armas, grandes cilindros metálicos repletos de pequeñas municiones amarillas y blancas. Hay que tener cuidado, porque son soldados malhumorados que quisieran estar dentro, y no cuidando el acceso, pudiendo ejercer su derecho, su libertad a fumar mientras comen y disfrutan una copa de vino. Pero no, ese derecho se nos quitó de las manos y no pudimos hacer nada al respecto. Por eso estamos afuera, fumando deprisa, y entre dientes, mentándoles la madre a todos los que decidieron que estemos afuera (y a nosotros mismos por ser adictos al tabaco) Esos ya pocos fumadores (dicen las estadísticas) que quedamos, estamos obligados a fumar afuera. Vemos como los ceniceros reproducen como virus de AH1N1 colillas y colillas. Las calles y banquetas tienen el mismo síndrome. Pero es un hecho. El tabaco es más perseguido que Bush en tierras iraquíes o bolivarianas. Y se está haciendo todo esfuerzo para erradicarlo. Las pérdidas serán cuantiosas en lo económico, y muchas vidas se han ido en la batalla, sin contar a los heridos de muerte. ¿Llegará el día que el mundo esté libre de cigarro?

Yo quiero pensar que sí.

Sigo siendo un fumador más de la estadística. He intentado dejarlo varias veces. Una en realidad, lo había conseguido. Declaro y me acepto como verdaderamente estúpido el día que volví a fumar. Estuve más de medio año sin fumar. Y ¿saben qué? Era la persona más feliz y realizada sin el cigarro. Predicaba a los cuatro vientos que me sentía de maravilla, que las cosas tenían mucho más sabor, que estaba recuperando el olfato, la condición física y la blancura de mis dientes. Ya estaba del otro lado, y ahí voy de nuevo. Hoy en día, fumo. Me gusta y no lo niego.

Pero al mismo tiempo desprecio fumar y me desprecio por hacerlo. Mi despacho apesta, mi casa apesta, mi ropa, mi maleta del gimnasio apesta. Desprecio lo amarrado que me siento al cigarro. Mientras escribo esto, un cigarro me observa desde el cenicero muerto, no, cagado de la risa que lo voy a chupar de la puntita (cigarro marrano). Me pone de mal humor relacionar todos los momentos de mi vida al cigarro. ¡Carajo! Lo primero que hago al despertar es encender uno. Es muy complicado de explicar, pero cuando sé que mi condición física está mermada en relación a las demás personas del gimnasio con quien comparto clases, o que sé que mis pulmones no son los mismos que cuando empecé a fumar hace 16 años (sí, la mitad de mi vida) o que veo mis dientes y están con ese tono “blancuzco” que no debe ser, me doy mucho coraje. Créanme, no me gusta seguir fumando. Y sé lo que pensarán cuando lean esto: “pinche Toño, pues si tanto lo odias y desprecias, ¡déjalo ya!”

Sí, lo voy a dejar ya. Es una promesa que me hice hace poco. Dentro de las irracionalidades de un fumador, está algo como esto: solamente quiero ir a un lugar muy importante para mí, lleno de recuerdos y buenos momentos, un lugar precioso y natural. Eso será en 3 meses. Y ahí fumaré como me gusta y quiero hacerlo en compañía de gente que quiero mucho. Pero en cuanto termine ese viaje, se acabó. Nunca más fumaré. No quiero hacerlo ya. Quiero tener una vida sana, un cuerpo que no me cobre factura antes de tiempo. Sé que ya por el tiempo y la cantidad que he fumado habrá un intento o varios de cobro antes de tiempo.

Dejo este escrito como manifiesto que lo haré. Para ustedes que lo lean, pero sobre todo, para mí. Para saber de mi compromiso hoy de ser ya un fumador no fumador. (como los alcohólicos, somos fumadores toda la vida)

Aplaudo las medidas que se tomaron en el mundo en todo este proceso para erradicar lo que ha sido la vida del hombre y el cigarro. Esa vida que ha perdido a muchos por esta adicción. Apoyo totalmente todas las medidas que puedan tomarse, los cursos que se imparten, la educación en las casas y escuelas para evitar que los niños piensen que fumar puede ser una opción de vida. No es vida. Es mermar la calidad de tu vida y de querer que tu organismo se dañe y se extinga antes de tiempo.

Estoy en pro de la salud. En pro de una vida sin vicios. En pro de no al cigarro. Quisiera ver un mundo que no necesite de muletas efímeras para un hombre que no termina de entender su realidad, y que considera que necesita elementos que le den calma, o que le ayuden a modificar su entorno personal. El hombre debe saber que lo mejor en la vida, es vivir y ser feliz, pleno y sano en todos los aspectos que lo conforman.

Y eso, es lo que quiero para mí.

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